jueves, julio 31, 2025

Es barbero en Tandil, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y a los 91 años no se queda quieto: este es el secreto de su longevidad

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Entrar a la peluquería de Vicente Lionetti es como viajar en el tiempo y reencontrarse con el espíritu de las antiguas barberías. El sillón redondo, del que cuelga el asentador para afilar la navaja, y el enorme espejo enmarcado en madera que ocupa casi toda una pared —tan antiguo como el local mismo— son testigos de otra época. Allí, él sigue trabajando con la calma de un artesano, ajeno a los cambios vertiginosos de los estilos del siglo XXI. En diálogo con LA NACION, el tandilense reveló el secreto que le permite mantenerse radiante y activo a sus 91 años.

Tal vez Lionetti sea uno de los barberos más longevos de Buenos Aires y que aún sigue en funciones. Nació en Bari, al sur de Italia, en el 1934, y a los 17 años, después de un país desecho por la Segunda Guerra Mundial, eligió asentarse en la Argentina junto a sus padres, que ya residían en Tandil desde hacía poco.

Vicente Lionetti es el peluquero más longevo de Tandil que todavía está en operaciones(Fuente: Emiliano Pettovello Paladino)

La peluquería de Lionetti es un viaje real en el tiempo, sin contar algunos detalles actuales como los trofeos y distinciones provinciales y nacionales o el teléfono fijo que descansa sobre una pequeña repisa; ni tampoco por el celular con una antigüedad de 10 años que solo llama y manda mensajes. Son una serie de elementos que lo acompañan desde hace siete décadas para llevar a cabo su trabajo.

El tandilense -porque así también se considera- se estableció en Villa Italia, un barrio con más de 100 años de historia en la ciudad y que, para los vecinos mayores, es una república en sí misma. El oficio lo aprendió en su pueblo natal a los 14 años. En ese entonces su familia le dio dos opciones: trabajar o estudiar. Y él, que necesitaba el dinero para sobrevivir en un contexto económico no muy favorable, se inclinó por la peluquería y barbería. Así aprendió cómo cortar el pelo y ejerció como aprendiz el tiempo que permaneció en su país.

Con nostalgia, pero una felicidad palpable, retiró del esterilizador y vaporizador para toallas de hace más de 50 años, un objeto preciado que lo conecta directamente con sus inicios. “Con esta máquina empecé a cortar el pelo. Todavía funciona, si se corta la luz puedo usarla sin problemas”, rememoró entre risas mientras activaba el sistema manual para mover las cuchillas.

Vicente Lionetti empezó a trabajar como peluquero en la Argentina en 1951, el mismo año que desembarcó(Fuente: Emiliano Pettovello Paladino)

Por el local de Lionetti pasaron varias generaciones, desde padres, hijos y nietos. Muchos de ellos aún asisten como tradición y por afecto. Es una leyenda que creció con el barrio y que todavía le hace frente a las nuevas modas de las “actuales barberías”.

Antes de cada corte, Lionetti se pone su guardapolvo blanco con un sutil bolsillo del lado superior izquierdo para guardar todo lo necesario. Una tijera, un peine y la navaja. Ni siquiera lentes usa, puede hacer su trabajo cómodamente. Los habitués se sientan y él ya no pregunta, simplemente empieza a cortar.

Vicente Lionetti llegó en 1951 a la Argentina y a tan solo un día de desembarcar, su padre, un albañil de oficio, le había conseguido un puesto en una peluquería. Duró menos de una semana allí y se mudó a otra un poco más cercana, la cual, el dueño se la dejó íntegramente a él a cambio de un módico alquiler. Con el sillón y el espejo de marcos de madera -que aún conserva- dio paso a su historia aquí.

Algunos de los trofeos y reconocimientos que recibió Lionetti por competencias y congresos de peluquería. Siempre se modernizó según la tendencia(Fuente: Emiliano Pettovello Paladino)

Lionetti goza de buena salud y según dijo, no hace nada extraordinario. “Todos los días son iguales, me levanto, desayuno café con leche o té. Lo normal. Después vengo a la peluquería y listo. Abro, trabajo hasta el mediodía. Luego freno para almorzar y cerca de las 16.30 vuelvo a trabajar”, describió.

Para el peluquero y barbero su secreto reside en tres cuestiones. “Yo, como de todo, no tengo problema. Menos frito. Me acostumbré a no comer por mi mamá”, dijo con el ceño fruncido. Mate casi no toma, es una de las costumbres argentinas que no pudo adoptar.

Para estar ágil y tener la mente sana, contó que tiene un pasatiempo especial, el mismo de hace décadas. Jugar al billar con sus amigos. Antes también corría en bicicleta y jugaba al fútbol. Pero la socialización es uno de los puntos que destacó como principales de su bienestar emocional.

Por último, Lionetti puntualizó: “Lo que me mantiene es esto. Venir y trabajar todos los días”. En su peluquería está en contacto con los vecinos. Si no entra nadie, se para en la vereda o mira televisión, en especial la RAI (canal italiano con emisión al exterior). Además, señaló que en la actualidad sabe qué tipos de cortes son los que están en tendencia, por lo que “aggiornarse” es una clave fundamental que le permitió subsistir.

A los adultos mayores que están cerca de cumplir 90 años, les sugirió: “No se queden quietos en sus casas, salgan. Hagan algo”. En cuanto, a la juventud, como un consejo de abuelo, insistió: “Estudien”, así como él se instruyó tiempo después en nuestro país y donde ganó diferentes premios y reconocimientos en competencias nacionales.

Vicente Lionetti escapó de un país derruido y quienes tienen la suerte de oír sus anécdotas, es como un libro abierto de una historia que no se cuenta en las películas o en la escuela.

El sillón de barbero y el mostrador con el espejo son dos de los muebles que acompañan a Vicente desde que empezó con la peluquería en Argentina en 1951(Fuente: Emiliano Pettovello Paladino)

El trabajo lo atravesó desde pequeño, en una cultura donde hacer algo para conseguir dinero era causa prima. “Cuando tenía casi 10 años, mientras iba a la casa de mis tíos, de un puesto Aliado, un soldado estadounidense me paró y me ofreció un chocolate. Yo solo conocía esas cosas por las publicidades, pero nunca lo había comido. Sin embargo, le dije ‘no, gracias’ y seguí. Cuando llegué a la casa de mis tíos y les conté la situación me felicitaron. Ese día mi tío me hizo trabajar en la fragua y cuando terminamos, me pagó. No me olvido más lo que me dijo: ‘esto es para vos, por tu trabajo. Andá y comprate el chocolate’. La verdad que nunca me compré ese chocolate, salí de ahí y fui al cine a ver Lo que el viento se llevó. Pero de grande me di cuenta de que me enseñaron que el trabajo es dignidad”.

Vicente Lionetti solo volvió a Italia de vacaciones, nada más. No está en sus planes jubilarse e irse para allí, como lo hizo su padre. Pretende continuar con su peluquería hasta que el cuerpo le diga “basta”. Es orgulloso de lo que aprendió, consiguió y de la hija que crio.

Mientras barre el suelo después de un corte de pelo a un cliente fiel de unos cuarenta años, se inclina para ver el cuadro de un canal de Venecia con la bandera italiana, ese que le da la bienvenida a todos cuando ingresan a la peluquería. Con paciencia sigue, acomoda todo en su lugar, listo para cerrar el local, antes de que la oscuridad de la tarde invernal se apodere plenamente del cielo.

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